Se
trata de una leyenda que se remonta al s. XIII (Crónica Universal de
Metz), y que trata de hacer existir a este personaje en siglos diversos,
sin que haya mucho acuerdo en las fechas (siglos IX, X y XI) o en el
nombre (Inés, Gilberta, Ute...).
Cuenta esta leyenda medieval
que una mujer, para poder salir de la pobreza, vistió el habito de un
monje muerto por la peste y se dedicó a predicar por los pueblos. Su
fama creció tanto que más adelante tuvo su propia iglesia... después fue
nombrada obispo..., cardenal..., y papa. Juana fue descubierta
públicamente, ya que quedó embarazada y dio a luz durante una procesión.
Parece que el núcleo de la historia fuera un relato popular
romano que desembocó en una serie de circunstancias consideradas muy
sospechosas: como el que los Papas evitaran pasar por determinadas
calles que eran angostas, o el supuesto hallazgo de la estatua de una
joven que amamanta a un bebé, o una inscripción, o una teoría de que
cada Papa elegido debiera someterse a pruebas que confirmasen su
virilidad... Fue un motivo muy desagradable para atacar al papado
durante el S. XIX.
Quien demolió las bases de esta leyenda fue
precisamente un protestante, David Blondel (1590-1655), que publicó sus
resultados en Ámsterdam en 1647 y 1657. Esta vicisitud no necesita hoy
ni siquiera la más mínima credibilidad, ya que no hay ningún indicio
documentado que sea contemporáneo al mito para ninguna de las fechas que
se sugieren. Más aún, los hechos relacionados con esos períodos
terminan por hacer imposible toda la historia. Es probable también que
haya influido negativamente en todo esto la vida de mujeres sin
escrúpulos, como las dos Teodoras y Marocia, durante el S. X.
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